La Hora Cero |
Las ciudades más importantes del país, Tegucigalpa –en el centro-sur—y San Pedro Sula –en el norte—están repletas de manifestantes que han acudido de las respectivas zonas de influencia para arreciar su oposición al régimen de facto y la exigencia de que el orden constitucional sea restituido. El hecho de que miles de ciudadanos hayan realizado una marcha de una semana, desde distantes lugares a las capitales política e industrial, bajo el sol abrasador e innumerables privaciones, con el propósito de defender el estado de Derecho, es algo nunca visto en América Central, y, posiblemente, tampoco en América Latina. Es una actitud colectiva asombrosa que los hondureños aún no hemos comenzado a analizar a profundidad, pero sí a intuir sus repercusiones sobre la dinámica del cambio político y social que la mayoría de la población demanda y que inevitablemente habrá de seguir su curso natural de realización, en conformidad con los obstáculos o las facilidades que se presenten en el camino. Hasta ahora, el movimiento de resistencia nacional al golpe de Estado del 28 de junio –que es ya una fecha simbólica en la Historia— no ha desmayado. Al contrario, se ha visto fortalecida con la represión “institucional” que ha venido aplicando un amplio catálogo de medidas, de las mediáticas a las de brutalidad psicológica y física, que en suma conforman un sistema de terrorismo dictatorial. Ese fortalecimiento de la resistencia pacífica no es casual sino propio de la naturaleza humana evolucionada, como lo podemos constatar a través de la historia, desde los albores del cristianismo, pasando por el holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, hasta la resistencia pasiva de Ghandi en la gesta de la independencia de la India y la de Nelson Mandela contra el “apartheid” en Sudáfrica. En esta perspectiva, aunque parezca exagerada por la pequeñez de nuestro país en el concierto mundial de naciones, los hondureños debemos empezar a razonar concienzudamente sobre las oportunidades que este despertar popular ofrece para avanzar hacia las necesarias reformas políticas, económicas, sociales y culturales que se necesitan en Honduras, en vez de intentar atajarlas y agudizar el conflicto. Hacer esto corresponde a los políticos que, efectivamente, conozcan y comprendan la realidad nacional y estén dispuestos a actuar en consecuencia. Como sucede casi siempre en estos casos, la inercia del cambio también arrasa los liderazgos refractarios u obsoletos y afirma o crea nuevos liderazgos. Todo esto forma parte de la dinámica política y social, que de alguna manera logra su propia autonomía. En esta coyuntura Honduras no está sola. Tiene al resto del mundo de su parte, y esta circunstancia extraordinaria, única, no debemos los hondureños desperdiciarla, independientemente del lado de la controversia en que nos encontremos: golpistas, constitucionalistas, o neutros. En términos históricos, llegamos a la Hora Cero. En los próximos días –días de resistencia—están previstos dos eventos importantes, definitorios, dentro de esta situación y ligados entre sí: la visita de una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y, en seguida, la presencia de la misión de Cancilleres de la OEA y del secretario general Insulza para promover la aprobación, por parte del régimen de facto, del Acuerdo de San José. Es el momento apropiado –y, con seguridad, la postrera oportunidad—de habilitar el orden constitucional y la reconciliación nacional sin más consecuencias traumáticas. Es el justo momento para la decisión patriótica. Tomado del periódico El Tiempo de Honduras |
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