El fin de la dictadura en democracia
Los diputados de la oposición han cumplido con los costarricenses y con sus votantes
Fernando Berrocal Exministro de Seguridad 09:45 a.m. 07/02/2011
Desde siempre, desde el Libertador Simón Bolívar, la historia de los pueblos de América Latina no ha sido otra cosa que una lucha intensa y profunda, entre la vigencia de la institucionalidad democrática o el caudillismo.
Los anglosajones, por el contrario, resolvieron esa contradicción política esencial desde el momento mismo del alumbramiento de la Independencia, cuando Washington, en la misma Convención de Filadelfia, se impuso sobre el caudillismo y hasta sobre algunos monárquicos, con el apoyo de Jefferson y el respaldo valiente, inteligente y visionario del austero John Adams, segundo Presidente de los Estados Unidosde América.
En las afueras de Guayaquil, el Libertador, sin embargo, esperó nervioso y hasta con su ejército en estado de alerta, porque el otro Libertador, el que venía triunfante del sur, desde la lejana Argentina y Chile, el gran San Martín, pensaba que lo mejor era traer al Nuevo Mundo a algún hermano o hijo de las familias reales de Europa y hacer compatible la independencia con la organización monárquica. A ciencia cierta, no se sabe que fue todo lo que hablaron, en privado, esos dos titanes, pero las ideas republicanas de Simón Bolívar fueron las que se impusieron en América Latina hasta nuestros días, para gloria del más grande de los venezolanos de todos los tiempos.
La historia de la institucionalidad democrática es otra cosa. Mientras en los Estados Unidos, desde el principio, quedó claro que nadie, ningún ciudadano, estaría por encima ni por debajo de la ley y que la democracia se construiría sobre el Estado de derecho y la premisa incuestionable de la independencia y la división de Poderes, la historia de América Latina ha sido por el contrario, y dramáticamente, la historia de los altos y bajos del caudillismo, en cualquiera de sus modalidades y de sus formas más abyectas y execrables, sean de izquierdas o de derechas, personalistas o familiares, militares, civiles o iluminadas. Los ejemplos sobran: el Dr. Francia, Porfirio Díaz, los Somoza, Trujillo, Perón, los Duvalier, los militares peruanos, Pinochet, los hermanos Castro y así hasta Hugo Chávez y sus acólitos del ALBA, en el presente.
Aspiración democrática. La gran excepción han sido los pocos países que, como Costa Rica y Uruguay, a pesar de todo han mantenido una historia constante y ejemplar de aspiración por la vigencia y el triunfo de la institucionalidad democrática y el Estado de derecho sobre los caudillismos de cualquier tipo y aquellos que, como Chile, después de sufrir el oprobio de un brutal y sanguinario régimen militar, han sabido recuperar su institucionalidad democrática, consolidar la democracia y dar ejemplo de desarrollo económico con justicia e inclusión social. No son muchos, pero sí suficientes para poner la cara por América Latina en el mundo y seguir defendiendo las ideas de la libertad y la democracia.
En las últimas semanas, la Asamblea Legislativa de Costa Rica ha sido el escenario de una lucha fundamental entre peligrosos e inconsistentes resabios del caudillismo y los valores de la institucionalidad y el Estado de derecho sobre las personas y el poder político, indistintamente de cuál sea su posición y su nivel en la sociedad costarricense o la valoración política y ética que tengamos sobre ellas.
El apoyo de una prensa libre e indomable, como debe ser siempre en una democracia, ha sido esencial para establecer y denunciar la violación de principios y valores básicos y para preservar esa norma sin la cual no existe verdadera institucionalidad democrática: ningún ciudadano jamás estará ni por encima ni por debajo de la ley.
Con ello, además, se le ha dado un golpe que espero sea de muerte, por el bien de Costa Rica, a una tesis absurda que en un mal momento de su vida, el pasado Jefe de Estado llamó la “dictadura en democracia”, como solución a los controles y límites institucionales y al desarrollo con justicia social.
Los diputados de la oposición han cumplido con los costarricenses y con sus votantes. Los diputados oficialistas, por el contrario, han hecho un papelón inconsistente con la historia misma del PLN.
Con firmeza y como protesta, hay que recordarles a esos diputados que la social democracia costarricense, desde sus orígenes, desde que don Pepe como General victorioso en 1948 devolvió el poder al legítimamente elegido en las urnas electorales y abolió las Fuerzas Armadas, optó irreversiblemente por la institucionalidad democrática y no por el caudillismo, así como por el Estado de derecho y la independencia entre los Poderes del Estado y no por el control partidario de la instituciones o el poder y el abuso de un dirigente político sobre el aparato público y las leyes de la República.
La “dictadura en democracia”, antes de nacer, ha tenido con estos hechos un entierro nacional de primera, para ventura de la institucionalidad democrática y de Costa Rica. Que así sea.
Tomada del periódico la Nación de Costa Rica.
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