SECRETO A VOCES
Hablar claro
SECRETO A VOCES
Hablar claro
Por Sonia Marta Mora
Una reciente respuesta pública de doña Pilar Cisneros al expresidente de la República, don Oscar Arias, pone de relieve asuntos de primer orden para una democracia. Es cierto que el tema específico de este intercambio tiene en sí mismo gran relevancia: nos referimos a la concesión de la vía a Caldera y a la responsabilidad de las autoridades encargadas, en su momento, de la supervisión de una obra tan significativa para el país. Pero conviene, al menos en un primer momento, detenerse en lo que representa –en un régimen democrático- este intercambio entre una periodista experimentada y un exgobernante.
Porque no hay democracia que se respete en la cual los periodistas renuncien al ejercicio de una labor crítica independiente, ejercida con responsabilidad, equilibrio y profesionalismo. Es justamente esa labor la que les permite mantener su compromiso con la búsqueda de la verdad y con la defensa del interés general de la ciudadanía. Pero este derecho, básico en las democracias avanzadas y maduras, no es del agrado de la vieja política. Sus representantes hablan de modernizarlo todo menos sus gastadas prácticas de desautorizar cualquier opinión en la que pueda asomar el fantasma de la crítica o el llamado a la rendición de cuentas.
La vieja política rehúye el debate y peligrosamente se va acostumbrando a los silencios cautos y a las respuestas ambiguas y complacientes. En una palabra: aborrece que le hablen claro… Cree saberlo todo y se adjudica los logros mientras reparte entre otros todos los desaciertos. Cualquier tropiezo viene de los demás. Con frecuencia sacrifica a otros –los más débiles de la cadena- y en casos extremos acaba atacando aún a los de su propio Partido. Habla siempre en primera persona, y decreta dónde está lo correcto y dónde lo equivocado, colocándose siempre en el primero de los grupos. Y como de partida se ubica más allá de todo posible cuestionamiento, no puede ocultar su enojo cuando una persona – profesional o modesto ciudadano del siglo XXI- ejerce su elemental derecho a pedir cuentas. Porque la vieja política sueña con un pasado ideal que nada tiene que ver con la nueva conciencia ciudadana que caracteriza a las democracias modernas.
Y justamente uno de los rasgos de esa ciudadanía de la nueva era –y basta para confirmarlo con acercarse a las redes sociales o escuchar con objetividad las declaraciones de la gente a los medios- es la demanda de participación y el reclamo al derecho de opinar sin condicionamientos. Para ello la información oportuna y completa es indispensable. Pero esto solo es posible si la vieja política renuncia a ese ensimismamiento que los enamora de sus propios discursos y los hace incapaces de escuchar y analizar los argumentos de los otros, e incapaces sobretodo de enfrentar una realidad aplastante. Solo esto explica que en un caso tan dramático como el de la carretera a Caldera se sigan defendiendo argumentos que precisamente esa realidad ha tirado por los suelos: que se inauguró una “obra terminada”; que un proyecto como éste, con los resultados que hoy conocemos, represente la infraestructura que Costa Rica “merece”… y hasta la casi delirante afirmación de que fue un éxito que se acabara la obra ¡antes de la “fecha pactada”! ¿Será tan insensible a los hechos la vieja política?
Una lección es evidente: para fortalecer la democracia muchas cosas son necesarias. Pero hay una que no es negociable: el ejercicio de un periodismo responsable que hable claro y que no renuncie a la búsqueda incesante de la verdad. Y en relación con la carretera a Caldera, la verdad la seguimos esperando.
Tomada del periódico la Nación de Costa Rica.
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