ColumnistaRodolfo Cerdas |
Ojo Crítico
Politólogo
Cuando se afirma que Costa Rica cambió y su bucólico recuerdo se fue para no volver, se dice una verdad a medias, de esas que suelen ser mentiras completas. Es cierto que la sociedad y la estructura productiva cambiaron, e Intel y el turismo sustituyeron el café en las cifras de exportación; también que la globalización acabó con el relativo aislamiento que nos había vacunado contra muchos males. Pero eso no significa que no se pueda construir una moderna y humana república del siglo XXI, integrada por comunidades con sentido solidario, donde, al lado de las ventajas de la inserción en el mundo, perviva una convivencia civilizada, contrapuesta a la detestable de hoy.
Con una planificación urbana inteligente; la aplicación estricta de la ley; y con mecanismos culturales, educativos y sociales eficaces, es posible reconstruir y desarrollar formas de comunidad integrales, donde el vecino no sea un desconocido más de quien desconfiar, donde el mayor mérito de la vivienda no sea su relativo aislamiento de las demás y donde los lugares de juego para los niños –llamados plays – sean lugares de encuentro y no respiraderos de autoprisiones urbanas. Por eso la reducción de la pobreza (un millón, y, solo este año, cien mil más), y de la pobreza extrema (más de doscientos mil que viven con menos de un dólar al día), no es un tema sentimental de pobrecitos y de ética y responsabilidad social. Aunque bastaría consideraciones de este tipo, para hacer imperdonables la disfuncionalidad y parálisis del Ministerio de Trabajo –con la vista gorda del Gabinete–, porque si solo hiciera cumplir el pago del salario mínimo, la pobreza disminuiría un 6%.
Combatir la pobreza es, además, una necesidad de Estado, porque mientras subsista, la Costa Rica que alcanzó los niveles más altos de alfabetización a fines del siglo XIX en América y el per cápita más alto del mundo –sí, como se lee: el más alto del mundo–, no podrá construir un sistema republicano de vida, donde democracia y derechos humanos se combinen con la seguridad ciudadana que nos falta y con un modo de vida sencillo, fraternal y humano, que se perdió.
Hoy, Gobierno incluido, la capacidad de conducción escasea, mientras que abundan las ansias del poder por el poder y los compromisos con intereses particulares inconfesables. Es perceptible una sensación generalizada de que la clase política dirigente actual está cada vez más lejos de alcanzar el nivel que demandan las circunstancias políticas y socioeconómicas de hoy.
Ojalá la Navidad y el Año Nuevo sirvan para mucho más que el envío del estereotipado saludo de ocasión y lleven a la ciudadanía a cuestionar a quienes piden sus votos para figurar, gozar del prestigio del cargo y el disfrutar de las canonjías del poder.Tomado del periódico La Nación de Costa Rica.
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