Democracia para tiempos de usura
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Víctor Ml. Mora Mesén Director del Saint Francis College vmora@stfrancis.ed.cr 09:00 p.m. 29/05/2010
Una de las condiciones esenciales de la democracia debe ser la solidaridad. Esta es una consecuencia lógica de la declaración de igualdad entre los ciudadanos, entendida esta no como algo teórico, sino como un reconocimiento de nuestras diferencias tanto personales como sociales.
Decir que somos iguales es una acto desafiante, porque implica incidir en una realidad desigual para transformarla.
El problema se encuentra cuando asumiendo el principio de valor “igualdad” lo dejamos sin contenido. Al obviar las diferenciaciones de lo que existe, hacemos de este ideal una ideología alienante, una máscara que oculta y hace desaparecer de nuestra vista los intereses particulares que condicionan nuestras posiciones políticas.
Un proyecto. La democracia no es un sistema político, es un más bien un proyecto: no puede predicarse su existencia por la mera legalidad electoral. Esta existe solo y en la medida en que sus valores se actúen a favor de los individuos de los cuales se predica su igualdad radical. Esto quiere decir que hay democracia solo y en la medida en que, reconociendo nuestras diferencias, procuramos ser solidarios para disminuir el impacto de aquello que nos diversifica. La igualdad legal, por tanto, no es una descripción de la realidad, es una declaración de principios que deben regular la acción personal y colectiva.
Hoy nos enfrentamos a una distorsión del concepto de democracia, ya que se entiende como campo de batalla. Se buscan votos para obtener mayoría y así hacer prevalecer los criterios de un determinado grupo sobre otros. Esto conlleva a crear la falsa idea que la igualdad democrática se identifica con la potestad electoral de cada ciudadano; pero niega, como efecto, el principio de valor fundamental: votamos para evitar la guerra, para evadir el conflicto entre los distintos, pero no para exigirnos a nosotros mismos ser solidarios para que podamos ser más iguales.
En efecto, la legalidad democrática no agota la significación del proyecto de construcción de una libertad compartida. Por eso, resulta tan falso entender lo democrático como mero espacio legal en el que la libre voluntad puede expresarse. La democracia conlleva, en su mismo origen, un compromiso que implica la relativización de lo particular para recalcar la importancia de lo comunitario.
A costa de los demás. Vivimos tiempos de usura, buscamos ganar a costa de los demás. Y todo ello es legal. Surge aquí una pregunta: ¿es eso democrático? Esto quiere decir: ¿nuestro sistema legal entiende la diferencia entre los individuos y su diverso lugar social, cultural, educativo o de influencia, para propiciar conductas y decisiones que promuevan la solidaridad? ¿Acaso significa que ser iguales implique para los grupos más vulnerables correr con los mismos riesgos que tienen los fuertes, aunque su capacidad de respuesta sea distinta? La igualdad de todos los ciudadanos corre el peligro de ser destruida cuando nos atenemos a la literalidad de una ley que no recurre al valor para su recta comprensión.
Audacia para corregir. Ser democráticos supone tener la audacia de corregir las desviaciones del sistema económico, político y social, para que los ciudadanos puedan ser libres y puedan tener oportunidades reales de crecimiento y realización humana. Cuando un solo grupo social es condenado por la acción colectiva al abandono o a la marginalización, comienza a corromperse el ideal democrático.
Cuando el sistema financiero y su lógica matemática implacable resulte ser un impedimento para que las personas puedan ser libres de acuerdo a sus capacidades, entonces hay que buscar una lógica alternativa. Igualmente, en todos los otros ámbitos de la sociedad, porque si la democracia tiene como meta la libertad, esta será siempre una tarea pendiente de una acción solidaria por parte de aquellos que se llaman ciudadanos.
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Tomada del periódico la Nación de Costa Rica.
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