En Vela
Julio Rodríguez envela@nacion.co.cr 11:23 a.m. 31/07/2011
La romería nacional a la basílica de Cartago, en los días anteriores al 2 de agosto, día de la Virgen de los Ángeles, patrona de Costa Rica, integra la fe de los creyentes y la dimensión cultural del acontecimiento en sí. Todos, al fin de cuentas, somos peregrinos en la vida.
Que casi la mitad de un pueblo, del puro pueblo, se eche a caminar, desde todos los puntos de la geografía, constituye, por su afluencia y constancia, un hecho de alcance mundial que ha marcado nuestro itinerario. En el orden de la fe, para los católicos, o de la dimensión cultural y sociológica, para todos, este hecho representa el acto de unidad nacional más grandioso en nuestra historia, en un marco creciente de respeto que nos enaltece y que nos traza un derrotero. Un pueblo en movimiento, con claridad de ideas y de metas, es invencible y puede superar, por su contenido humanista, todos los desafíos de la competitividad.
Desde esa perspectiva humanista la romería es, principalmente, una marcha por la vida. Para afirmar la propia vida, que es movimiento, y para pedir por la vida, el valor supremo. En esta romería del 2011 este es un motivo preponderante de reflexión pues, desde el ángulo de la seguridad ciudadana, personal y familiar, nos avasalla una angustia vital tanto por las estadísticas recogidas en la prensa diaria, como por la razón de esta angustia: el irrespeto a la vida, a la propia y a la ajena.
Suele la gente culpar de todo al Gobierno, a la Asamblea Legislativa, al Poder Judicial. Ya es hora, sin embargo, de que, sin descuidar el control crítico sobre la política y sus actores, nos examinemos a nosotros mismos y a cada una de nuestras familias, pues hay crímenes o atentados contra la vida y la integridad física en las carreteras, en sitios públicos, en negocios o en los hogares, que el Estado jamás podrá impedir y que solo nuestra conciencia y nuestro respeto a la vida podrá contener.
Nuestra sociedad está enferma. El valor ético de la responsabilidad personal, inseparable de la libertad, está en crisis. Las muertes ahora, aun de personas jóvenes o de niños, se cuentan, al calor del guaro o del odio, con varios dígitos. Un hombre se emborracha en una cantina o en una casa y, ante la indiferencia del propietario o de los familiares, toma su vehículo con sus hijos y su esposa, y se va. Luego, la Cruz Roja recoge los muertos: los propios y los ajenos. Un padre le presta el vehículo a un hijo menor de edad, quien se embriaga y, tras un choque múltiple, retorna a la casa como cadáver. Las barras libres siguen funcionando “pura vida”.
¿Romeros por un día?
Tomada del periódico la Nación de Costa Rica.
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