Honduras ocupa el primer lugar de América Latina en corrupción, de acuerdo con los indicadores internacionales y con las investigaciones sobre el deterioro de la institucionalidad en todo el mundo. Transparencia Internacional (TI) da a Honduras una puntuación de 2,4 en corrupción que comparte con los 34 países más corruptos de una lista de 174 investigados. El Latinobarómetro revela que en nuestro país el 81 por ciento de los funcionarios son corruptos, y, con este puntaje, es, sin lugar a duda, el más corrupto del continente americano. Estos vergonzosas y decepcionantes datos, entre otros más, han sido recogidos en un estudio de la Comisión Nacional Anticorrupción (CNA) bajo el título “Indicadores Internacionales de Corrupción”, en donde se plantea que no se observa ninguna mejoría en esta situación. Dicho sea de paso, para el CNA este hecho viene a ser todavía más significativo porque es confirmación de su fracaso en la tarea del combate a la corrupción que dio lugar a su creación. El Banco Mundial señala que, en los últimos diez años, no se observa ni mejora ni deterioro de la corrupción, lo cual nos indica un comportamiento sistémico. No en vano venimos sosteniendo a lo largo de estos años que el sistema de Honduras, es el sistema de la corrupción. Tanto así que más de las cuatro quintas partes de los funcionarios –y en ello cabe incluir a la “clase” económica-política—nadan en la corrupción. Todo esto dentro de una tragedia mayor, que es el profundo debilitamiento, por no decir la pérdida casi total, de la institucionalidad. El citado informe refiere este altísimo grado de corrupción “a la debilidad y falta de independencia del sistema judicial, debilidad del control en procesos presupuestarios y (en) la concentración de poderes económicos y políticos”. El resultado es, como lo indica Arturo Valenzuela, subsecretario Estado de Estados Unidos para Asuntos del Hemisferio Occidental, que, en cuanto a Honduras, “el principal enemigo, a la larga, sigue siendo la pobreza y la desigualdad”. Visto el panorama con mayor amplitud y profundidad, los hondureños deberíamos concluir, de cara a estos hechos innegables, que la mayor desgracia en nuestro país es la pérdida de la institucionalidad. Perder la institucionalidad es para la nación algo así como perder el alma, y debido a eso la nación hondureña da señales muy fuertes de que marcha a la deriva, independientemente de que exista un gobierno y que estemos de nuevo en el concierto de la OEA. Nuestra “clase” política no parece entender nada de esto, y quizá la razón fundamental es porque no le importa. Es la psicología del poder por el poder mismo y de la riqueza personal como único objetivo, por encima de todo principio y consideración al prójimo. Ponerle fin a esta situación es, en consecuencia, el mayor desafío para todos los hondureños conscientes, sin excepción. Tomado del periódico El Tiempo de Honduras.
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